Anillo de sello
L a primera persona que conocí más de cerca en el extranjero tenía un elegante acento inglés y un anillo en su dedo meñique. Al tiempo, me enteré de que el anillo no era una simple joya, sino que tenía grabado el escudo de su familia.
Oidores y hacedores
El teléfono sonó en medio de la noche. Buscaban a mi esposo, el pastor. Estaban llevando al hospital a una de nuestras guerreras de oración de la congregación, una mujer de unos 70 años, que vivía sola. Estaba tan enferma que ya no comía ni bebía; tampoco podía ver ni caminar. Le pedimos a Dios que la ayudara y tuviera misericordia de ella, ya que nos interesaba mucho su bienestar. La iglesia se puso en acción, organizando una cadena de visitas que no solo la ayudaron a ella, sino que demostraron el amor cristiano a pacientes, visitas y personal médico.
¡La mejor oferta!
¿Cuánto es suficiente? Esta pregunta podría hacerse en una época cuando muchos países desarrollados se dedican cada vez más a comprar cosas. Me refiero al Viernes Negro, en la semana siguiente a la fiesta de Acción de Gracias en Estados Unidos, cuando las tiendas abren temprano con grandes ofertas; costumbre que se ha extendido a otros países. Algunos compran porque tienen recursos limitados y tratan de aprovechar los precios bajos, pero, lamentablemente, a otros los motiva la codicia, y las peleas por las ofertas se vuelven violentas.
Fe sacrificial
Es domingo por la tarde y estoy sentada en el jardín de nuestra casa, cerca de la iglesia donde mi esposo es pastor. En el aire, flotan melodías de alabanza y adoración en idioma farsi, ya que una vibrante congregación de creyentes iraníes se reúne en nuestra iglesia londinense. Su pasión por Cristo nos conmueve cuando comparten cómo fueron algunos perseguidos y otros, como el hermano del pastor, martirizados por su fe. Siguen los pasos de Esteban, el primer mártir cristiano.
Amor en acción
«¿T iene alguna prenda que le gustaría que le lave?», le pregunté a alguien que nos visitaba en Londres. Se le iluminó el rostro y, cuando se acercó su hija, le dijo: «Trae la ropa sucia. ¡Amy la va a lavar!». Me sonreí al ver que mi ofrecimiento había pasado de unas pocas prendas a varios montones.
Escuchar a Dios
Sentía como que estaba bajo el agua, con los sonidos apagados por un resfriado y alergias. Durante semanas, luché para poder oír bien. Mi estado hizo que comprendiera cuán importante es la audición.
Riquezas verdaderas
En el funeral del padre de una amiga mía, alguien le dijo: «Hasta que conocí a tu papá, no había visto a una persona que disfrutara tanto de ayudar a los demás». Cuando murió, dejó un legado de amor. En cambio, una tía de mi amiga consideraba sus posesiones como su legado, y pasó sus últimos años preocupada por quién protegería sus reliquias familiares y sus raros libros.
Preparados para la boda
«T engo hambre», dijo mi hija de 8 años. «Lo siento —le dije—, pero no tengo nada para que comas. Juguemos a algo». Habíamos estado esperando por más de una hora la llegada de la novia a la iglesia. Se suponía que la boda sería al mediodía. Mientras me preguntaba cuánto tiempo más habría que aguardar, esperaba mantener a mi hija ocupada hasta que comenzara la ceremonia.
Alivio del sol abrasador
Como vivo en Gran Bretaña, no suelo preocuparme por las quemaduras de sol. Después de todo, una espesa nube lo bloquea con frecuencia. Sin embargo, hace poco, pasé unos días en España y, rápidamente, me di cuenta de que, con mi piel blanca, solo podía estar al sol unos diez minutos, tras lo cual necesitaba volver a refugiarme debajo de la sombrilla.
La lima de Dios
L as palabras de mi amiga fueron duras. Mientras trataba de dormir, intentaba dejar de pensar en sus comentarios sobre mis opiniones intolerantes. Acostada, le pedí a Dios sabiduría y paz. Semanas después, aún preocupada por aquel asunto, oré: «Señor, estoy dolida, pero muéstrame en qué tiene razón y qué debo cambiar».